5.4.16

VIVO A TRAVÉS DE LA LITERATURA, ASÍ COMO ELLA LO HACE A TRAVÉS DE MÍ. LA HORA VIOLETA, DE SERGIO DEL MOLINO


Este libro es un diccionario de una sola entrada, la búsqueda de una palabra que no existe en mi idioma: la que nombra a los padres que han visto morir a sus hijos.
Vivo a través de la literatura, así como ella lo hace a través de mí, dice el escritor Sergio del Molino en una de las entrevistas que he devorado durante los días posteriores a la lectura de La hora violeta; que narra en clave de novela la vida de su hijo Pablo: la odisea que da comienzo con el diagnostico de una variante poco común y muy agresiva de leucemia y que culmina con su muerte.

En otros vídeos el autor hablaba de cómo los lectores le preguntaban por la razón que lo llevó a escribir estas memorias,  él responde que no hay una razón. Sin embargo creo que la frase de arriba define muy bien el motivo: la literatura es una forma de vida, eso bien lo sabe el escritor. Es lógico que recurriera a las palabras, en la portada del libro reza: 

Una de las frases que más oye un padre tras la muerte de su hijo es «No tengo palabras». Todo el mundo se queda sin palabras de consuelo en un momento en que los lugares comunes suenan a insulto. Pero Sergio del Molino sí tenía palabras. De hecho, solo tenía palabras, las que forman esta historia de amor.


Además, si nos remitimos al final encontraremos una dedicatoria a su segundo hijo Daniel, manifestando el deseo de que su hermano no sea para él un relato de terror, un tema tabú o un fantasma. 

No he tenido oportunidad de leer otras obras suyas, aunque por lo que he descubierto el tema del legado familiar parece ser una constante en su trabajo. Me conmueve el legado que él ha creado para que Daniel pueda conocer a Pablo, el Cuque. Y es que para comprendernos necesitamos conocer nuestras raíces, la historia familiar es un animal vivo a capas (podríamos decir) y algunas de éstas quedan sepultadas por las aventuras de las nuevas generaciones. Este libro ha removido muchas cosas en mi interior, me ha llevado a recordar una conversación que surgió en mi familia recientemente, mi abuela y tías se quejaban de cómo ahora la última generación sabía poco o nada acerca de sus bisabuelos y ya no hablemos de tatarabuelos. Es una maldición heredada que parece relegar a lo antiguo al olvido. Y Sergio del Molino cierra la puerta a la pérdida de la memoria con este libro.
Que nadie haya inventado una palabra para nombrarnos nos condena a vivir siempre en una hora violeta. Nuestros relojes no están parados, pero marcan la misma hora una y otra vez. 
El concepto de la hora violeta también me ha parecido una forma muy acertada de describir el resto de la vida de esos padres eternos, cuyos hijos pertenecen a un limbo incierto donde no crecen ni evolucionan. ¿De dónde viene esto? La hora violeta forma parte de unos versos de la obra Tierra baldía de T. S. Eliot. Sería ese tránsito desde el mundo de las obligaciones, el trabajo (por ejemplo) hasta el momento en el que llegamos a casa y asumimos lo que sería nuestra vida real. Aquí sucede lo mismo, ese regreso a una normalidad que no llega y que nunca llegará, porque como dice Sergio del Molino, él y su pareja han cambiado, por lo tanto no habrá retorno.

Todos hemos perdido a alguien cercano, o conocemos a otros que lo han hecho y cuando el autor define para nosotros la hora violeta sentimos un eco en nuestro interior, reconocemos esa hora, ese tránsito convertido en permanencia.

Hay pensamiento mágico por todas partes. Dice Susan Sontag que la enfermedad está llena de metáforas, y que el mejor modo de permanecer sano en ella es ignorándolas o destruyéndolas. La metáfora es una forma de conocimiento. Su función literaria es decir más de lo que el lenguaje lineal y explícito es capaz de decir. La metáfora ahonda en realidades que el registro normal de un idioma no puede penetrar ni comprender. Pero hay un uso perverso de las metáforas que acaba ocultando la naturaleza de su objeto, cargándola de connotaciones impropias. 
No solo hay metáforas en la enfermedad, el dolor o la pérdida, toda nuestra vida está preñada de ellas. De hecho desde nuestra infancia empezamos a entender el mundo a través de ellas, ¿qué adulto no se ha valido de ellas para explicar temas complejos como el nacimiento o la muerte? Cuando ahondamos en el manejo que hace la sociedad nos encontramos con un uso indiscriminado, distorsionamos todo aquello inherente al concepto en cuestión. Y creo que esta reflexión llamará la atención de cualquier juntaletras. Sería interesante analizar nuestra propia ficción y ver si como autores también pecamos de lo mismo... al fin y al cabo el entorno termina inoculando sus vicios a sus habitantes.
Solo puedo acompañarte, aguantar tu mano en el dolor.
Estás solo antes los monstruos, cariño mío. No sé ahuyentarlos, no sé evitar que te hagan daño. Incluso se me niega el último gesto heroico de sacrificarme por ti, de gritarte que salgas corriendo mientras soy devorado por los bichos.
Otra cosa que me gustaría destacar es cómo hábilmente el autor nos sumerge de lleno en su realidad, por momentos sentimos que habitamos los mismos espacios que los protagonistas, otros olvidamos que aunque estos acontecimientos pertenezcan al pasado son un realidad; y es entonces cuando creemos, tenemos la esperanza de que Pablo va a sobrevivir y los monstruos remitirán. Y es que La hora violeta tiene algo en común con Crónica de una muerte anunciada, de Márquez, desde la primera página conocemos el final. Para mí esto ha sido lo más doloroso, olvidar y recordar que no es ficción, que el destino de Pablo ya ha sido escrito.

No solo consigue transmitirnos el amor que siente por su hijo; nos hace partícipes de ese cariño porque a medida que avanzamos en la lectura es imposible no alegrarnos y entristecernos con la evolución de Pablo. 

Pero a mis dieciocho años solo sospeché un dolor abstracto y una pena inasible. Intuí la belleza que emanaba de la desesperación y quise perseguir esa belleza.
Estas fueron las impresiones de Sergio del Molino con su primera lectura de Mortal y Rosa, de Umbral. Y es exactamente lo que yo siento cuando vuelvo a las páginas de La hora violeta. A mis veintitrés años no puedo comprender lo que es amar y perder a Pablo, lo único a mi alcance es la imaginación y la sospecha, percibo la belleza oscura y cálida detrás de sus palabras, una sombra.

Esta instantánea de la vida de Pablo ha sido también aderezada con referencias musicales (Rory Gallagher), hay lugar para el cine (Stanley Kubrick) y la ilustración (Moebius * . *), Poe y otros grandes de la pluma también son partícipes de la novela. Es por medio de estas referencias que tenemos accesos a diferentes episodios de la vida del autor y es que una canción nos retrotrae a tiempos pasados, lecturas que adquieren nuevas significaciones con el paso de los días.


Y éste uroboros nos lleva al principio de la entrada, a la escritura y lectura como una forma de vida y, a su vez, el arte vive a través de nosotros ya sea en el terror o en la luz. 
 Pero la frontera de los treinta y ocho es inapelable. Recuerda a las leyendas de los mapas medievales, que, para rellenar el hueco del mundo inexplorado y disuadir a los aventureros de adentrarse en sus aguas, advertían a los navegantes: «A partir de aquí, monstruos».

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